Cuando abrí
los ojos aquella mañana de sábado me pegué el mayor susto de mi vida. ¡Había
una cara pegada a la mía! Salté de la cama y Molly empezó a reírse como una
loca. Cuando paró me dijo:
-¿Sabes
que me han salido una alas chulísimas? Aún son pequeñas pero mamá me ha dicho
que dentro de poco serán demasiado grandes para esconderlas. ¿Te las enseño? No
sé por qué tengo que esconderlas, ¡si son geniales!
-A ver,
enséñamelas- dije un poco abrumada por su clara ignorancia.
Se dio la vuelta y se levantó la
camiseta de su pijama de Hello Kitty. De su espalda crecían dos pequeñas alas
de colores tostados con unas plumas enormes. Mi madre tenía razón dentro de
poco serían demasiado grandes.
-¡Ostras
Molly! ¡Qué chulas! ¡Yo también quiero unas!
-Pues
no, son mías, tú no puedes tener- dijo. Y salió corriendo de mi habitación.
En cuanto salió, mi móvil comenzó a
sonar. Miré el número. Alexander. Cogí.
-¿Te
despierto preciosa?- dijo su voz al otro lado del móvil.
-No,
pero en cuanto te vea te voy a romper tus preciosos dientes- mascullé. Él se
rió.
-He
hablado con los protectores. Acceden, por supuesto.
Claro, ¡los protectores! Me maldije
por no haber tenido la idea. La Secta Protectora era, según mi punto de vista,
la que menos merecía el nombre de secta. Era más bien una organización que se
encargaba de proteger a todo tipo de seres que lo necesitaran. Los que más
recurrían a su ayuda eran los Galys, para protegerse de los Huntex. Y, por
supuesto, Alexander había acudido a ellos.
La Secta Protectora estuvo protegiéndome.
Cuando se enteraron de que los sangrientos buscaban a Scarlet Waltsen, se
pusieron rápidamente manos a la obra. Me encontraron antes, pero a pesar de ser
una secta eficaz, no pudieron superar a los sangrientos. Ellos eran mucho más
poderosos y mataron a mis protectores antes de hacerme conocedora de todo.
-Gracias
Alexander, muchísimas gracias.
-He
quedado con ellos a las doce, ¿vienes?
-Claro.
¿Me pasas a buscar?
-Por
supuesto, aunque podría coger tú coche. Me lo debes.
-Adiós
Alexander.-Y colgué.
En cuanto colgué vi que tenía tres
llamadas perdidas de un número desconocido. Pero no era tan desconocido para
mí. Esperé un minuto y volvieron a llamar. Cogí, pero con un odio terrible.
-Buenos
días, mi señora Escarlata. ¿Ha tenido usted unos sangrientos sueños?
Obviamente, me llamaban de la Secta
Sangrienta. Cualquiera sabe que querrían ahora… Siempre me llamaba mi ‘secretaria’,
como la llamaba yo. Ellos la llamaban esclava. Era una chica guapa pero daba
mucho miedo. Tenía una belleza… cruel, y tan solo 15 años. Sus ojos eran negros
como pozos sin fondo y su melena rubio platino le llegaba hasta las caderas.
Siempre llevaba los ojos maquillados de negro, lo que hacía más oscuros sus
ojos. Pero lo que más miedo daba eran sus colmillos. Eran tan largos y afilados
como los de un vampiro. Por supuesto, no era una vampiresa, pero no creáis que
no me lo pregunté unas cuantas veces.
Y ahora empezaba la función. Menos
mal que yo era una buena actriz.
-Claro
que si, Rea. Te dije la primera vez que me llamaste que no me lo volvieras a
preguntar. Voy a tener que hacer que tengas tú una realidad más sangrienta de
lo que te gustaría.
-Está
bien, mi señora Escarlata.
-Y no me
llames así. Debes llamarme por lo que soy, tu diosa.
-Como
desee, mi diosa Escarlata.
-¿Para
qué llamas, Rea?
-He
recibido órdenes directas de nuestra superiora, Drew, para que se presente de
inmediato en nuestra sede.
-A ver,
Rea, es tú superiora, no la mía. Yo soy vuestra diosa y no puede darle órdenes a una diosa.
-Lo
siento mi señora Escarlata.
-De
verdad, Rea, eres imposible. Pero tranquila, dile a esa tal Drew que iré.
-Muchas
gracias, mi diosa Escarlata.
-No me
las des. Adiós Rea.- Y colgué.
Cuando la superiora decía de
inmediato, era de inmediato para todo el mundo menos para mí. Y eso era una
ventaja. Pero no quería retrasarme, seguramente sería algo importante. Entonces
me acordé de Alexander. Mierda, no llegaría a tiempo a nuestra cita con los
protectores, así que le llamé, le expliqué lo que pasaba, y me dijo que iría él
solo.
Siempre que visitaba la sede de la
secta me vestía con un look a lo diosa sanguinaria vengativa. Y, a decir verdad,
me gustaba mucho ese estilo. Me puse un corsé rojo escarlata y una falda muy,
muy larga negra con algo de vuelo. Y, por supuesto, unos tacones negros
altísimos, casi imposibles para caminar. Casi. Me hice un recogido que aprendí
a hacer en internet que se llamaba ‘peinado diosa griega’. Por último, me puse
la tiara de rubís que me regalaron los sangrientos. No quise ni imaginarme el
precio.
Cuando bajé no había nadie en mi
casa. Supuse que mi madre se había llevado a mi hermana a la sede Byrel. Tenía
el estómago cerrado así que salí directamente.
En la puerta había un coche esperándome. Un Rolls Royce precioso. Pero
sangriento. Rea estaba fuera del coche con una tenebrosa y cruel sonrisa. Me
hizo una reverencia que yo ignoré y con la cabeza bien alta entré en el coche
cuando Rea me abrió la puerta. Ella se sentó a mi lado, pero solo porque yo le
dejaba. En teoría tendría que sentarse al lado del conductor y ninguno de los
dos debería mirarme. Eso a mí me aburría.
-Está
guapísima hoy mi diosa Escarlata- dijo Rea nada más montarse.
-Lo sé.
Tú también Rea- comenté. Y era verdad.
Se había recogido el largo pelo
rubio platino en una larga trenza que sujetaba con una goma negra con una
calavera roja. Llevaba un vestido rojo oscuro ceñido por arriba y con bastante
vuelo por abajo. Además de bonito era corto. También se había puesto unas
sandalias doradas planas. Por supuesto, sus ojos estaban maquillados de negro y
sus labios solo con brillo transparente.
-Muchas
gracias mi diosa.
Lo que peor llevaba era que me
llamaran ‘diosa’ o ‘mi diosa’ era algo que no aguantaba.
-Oye
Rea, quiero que desde ahora me llames sólo Escarlata, ¿de acuerdo?
-Como
deseéis Escarlata.
-Como
desees Escarlata- le corregí. Esa chica me caía bien, iba a tener un poco de
consideración con ella.
-Como
desees Escarlata- dijo mientras esbozaba una sonrisa.
-¿Sabes
Rea? En cuanto lleguemos a la sede no serás nunca jamás una esclava. A partir
de ahora serás mi asistenta, ¿vale?
-Oh, ¿en
serio? ¿Podré quitarme este horrible collar?- preguntó emocionada. No dejaba de
ser una chica de quince años. Además, la desgastada tira de cuero que llevaba
al cuello como símbolo de su esclavitud era espantosa.
-Por
supuesto, y haré que te regalen otro mucho más bonito. Estoy harta de verte con
esa horrible cosa en el cuello. Pero tendrás que trabajar mucho más, querida.
-¡Me da
igual! ¡Acepto! ¡Gracias Escarlata!
-No es
una petición, Rea. Te lo estoy comunicando- le dije con el tono de voz de la
diosa.
-Por
supuesto Escarlata- dijo. Y ninguna de las dos volvió a hablar hasta que
llegamos a la sede.
La sede de la Secta Sangrienta era
aquel palacio que se veía desde el restaurante Cielo, el restaurante donde había
comido con Alexander. El coche paró y Rea se bajo a abrirme la puerta. Bajé del
coche y entramos al palacio. Una vez dentro, dos hombres vestidos de negro
anunciaron nuestra llegada. Yo exigí ver a la superiora enseguida, que no se me
hiciera esperar. Y los pobres guardias tuvieron que obedecerme. La alternativa
era sufrir el castigo de su diosa.
Aguardé de pie ante la escalinata
central a que Drew bajara. Era una mujer joven para ostentar su cargo. Tendría
unos 47 años pero mucha clase y elegancia. Según tengo entendido, su madre, y
anterior superiora murió asesinada, y por eso ella se vio obligada a subir al
cargo mucho antes de lo previsto. Obviamente los asesinos de su madre no
seguían vivos.
Esto de los superiores no era muy
complicado. El primer punto era que el cargo se heredaba, era como la realeza.
Lo segundo era que el sexo del superior dependía del sexo de aquello a lo que
se dedicara la secta o aquello a lo que adorasen. La diosa Escarlata era una
mujer, por tanto la Secta Sangrienta tenía una superiora. También me habían
explicado que en cada sede de cada secta había un regente y el superior o
superiora vivía en la sede central. Por supuesto, la superiora de esta secta no
vivía aquí, pero dado que yo sí lo hacía, se había mudado aquí con todo su séquito.
Cuando Drew bajó por la escalera,
los guardias la anunciaron y yo tuve que hacer el mismo esfuerzo de siempre
para no parecer impresionada. Llevaba unos zapatos de tacón más altos que los
míos y una túnica de seda negra ceñida con un cinturón trenzado de color oro a
la cintura. En el brazo lucía el tatuaje con el símbolo de la secta, la silueta
de una mujer de espaldas empuñando una espada en alto con una luna roja detrás.
Se había puesto el collar con el rubí que todas las superioras heredaban.
-Mi
diosa- saludó haciendo una reverencia.
-Superiora-
contesté yo con una leve inclinación de cabeza.
Los guardias anunciaron a alguien
que entró en la sala mientras nos saludábamos.
-Mi
diosa, me gustaría presentarte a alguien- dijo Drew señalando la escalinata por
la que bajaba una joven.- Mi hija, Nina Von Tyre.